Mi vida a 4800 metros más cerca del cielo (1)
Algunas notas y recuerdos de una semana en las alturas de la Sierra Nevada
4800 es solo un capricho, realmente fueron 4765 metros, una cifra que quizás jamás olvidaré. Fueron varios días a esa altura, espero que no sean mis últimos.
La meta
Queríamos rendirle un homenaje a un gran amigo que recién falleció hace unos meses, el Padre Javier Rodríguez. Por otro lado, también homenajear a Humboldt, Bonpland y a Bolívar. Cada uno tiene su pico en Venezuela en el Parque Nacional Sierra Nevada en el estado Mérida. Uno de los parques nacionales más hermosos de mi país.
Desafortunadamente o para nuestra fortuna, el Instituto de Parques Nacionales nos notificó a última hora que los picos Concha, Bonpland y Humboldt iban a estar cerrados porque se van a realizar unas labores para proteger al glaciar y colocarle una malla térmica.
Esto con el fin de que no se derrita. ¿Pero cómo? Eso hará que el hielo se derrita más. La naturaleza es perfecta… En años anteriores recuerdo que estuve con unos amigos en la base de una de las montañas más altas de Colombia, el Ritacuba Blanco, que también decidieron cerrar por un tiempo. Fue más lo que se derritió mientras estaba cerrado que cuando estaba abierto. La naturaleza es perfecta y el cambio no podemos detenerlo, ya que sucede cada segundo mediante otras mil acciones. Revisar teoría de sistemas.
En fin, volvamos a los picos. Horas antes de salir a nuestra expedición, en su segundo intento (el primero era el día martes de esa semana). Sin embargo el Teleférico de Mérida a última hora decidió cerrar, alterando todo el itinerario de nuestra expedición, recibimos la notificación de que debíamos cambiar la ruta. En esta nueva ruta solamente podíamos hacer cumbre en el Pico El Toro (4.755) y en “El Bolívar” (4.978, antes 5.007) como se le conoce entre los montañistas. Para mi desgracia, ya no podría rendirle este tributo a Humboldt, Bonpland y por supuesto a Bolívar. No podía hacer más nada que aceptar los eventos fortuitos del destino.
Desde abajo
Decidimos hacer el ataque a las cumbres respetando los procesos de aclimatación es decir desde abajo y sin teleférico. Empezamos en Mucunután, un poblado desde dónde inicia una de las rutas para llegar a casa de Pedro Peña. Nuestra primera parada.
Pedro Peña y su refugio
Pedro es el nieto de Domingo Peña, se dice que fue la primera persona en hacer el ascenso al Pico Bolívar. Además de ello, Domingo fue quien junto a otras personas llevó el busto del Libertador a la cima más alta de nuestro país. Para esa época, el Pico Bolívar era un glaciar y el equipo requerido para el ascenso era diferente. Crampones, piolets, etc. Alpinismo. Pedro vive solo, tiene dos mascotas, un perro llamado peluchina y un gato llamado Benito. Son sus compañeros en esa particular y única soledad del Páramo que solamente él conoce bien. A Pedro como a muchos les gusta el respeto. Si no obedeces sus leyes, mejor que no hagas uso de su refugio. Tiene una cocina en la casa que era de su abuelo y que los montañistas pueden usar, es toda a leña. Por lo tanto es posible que la comida tenga un sabor a ahumado. Incluso café ahumado. Algo nuevo.
Además, cuenta con un pequeño anexo dónde hay 8 literas para el uso de los montañistas que no desean acampar. Con un costo, claro.
Glaciares…
Otro de los objetivos del viaje era despedir el último glaciar de Venezuela, el “Glaciar La Corona” en el Pico Humboldt. Si La Corona desaparece, Venezuela sería el primer país de la cordillera andina en perder todos sus glaciares.
Desde la casa de Pedro Peña a 3240 m.s.n.m. (metros sobre el nivel del mar) salimos a Loma Redonda, la penúltima estación del sistema teleférico de Mérida. Cerca de Loma Redonda tendríamos nuestro campamento base para el Pico El Toro. Principalmente por el mejor y fácil acceso al agua. Sin agua, no hay vida. Mucho menos a más de 4000 metros, donde ya el oxígeno que puedes captar ronda el 60% del normal que encontrarás al nivel de la playa.
Ascenso al Toro
Domingo de cumbre, ¿cómo puedo imaginar un domingo mejor? Salimos a hacer el intento de cumbre del Toro, llegamos a la cumbre a eso de las dos de la tarde pasadas. A 4755 m.s.n.m. veíamos gran parte de la ciudad de Mérida. Todos nos abrazábamos y nos llenaba un sentimiento de paz. Sin embargo, faltaba el Bolívar. Esa gran cumbre que veníamos a buscar y mi primer cinco mil. Llegamos de nuevo a nuestro dulce hogar, una pequeña carpa de dos personas para comer, hacer una pequeña tertulia y dormir.
Ascenso al Pico Espejo
Al día siguiente deshicimos todo el campamento, las carpas y preparamos los morrales para subir desde 4058 metros hasta 4765 al Pico Espejo. El que sería nuestro hogar por los próximos días y sería la base para atacar el Pico Bolívar.
La caminata fue intensa, ya no teníamos mulas ni porteadores que nos ayudaran con el peso. Teníamos que llevar nuestras mochilas y además distribuir el peso de un amigo entre ambos. Si no lo hacíamos ponemos en riesgo la cumbre de todos y debíamos devolver a la ciudad a uno de nuestros compañeros. Que hacía sus mejores esfuerzos ante la falta de oxígeno.
Almorzamos en la Cresta El Gallo, una cresta de montaña que separa el norte del sur, la mirada hacia los pueblos del sur y la mirada hacia el poblado Valle de Mérida.
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Todavía nos faltaban alrededor de 400 metros de desnivel para llegar a cenar en el Pico Espejo. Lo siguiente fue quizás uno de los senderos más interesantes y físicamente demandantes que he realizado por la relación peso, altura y desnivel. Llegamos al Pico Espejo a las casi 6 de la tarde. La vista despejada de la temporada de verano era increíble, el valle de Mérida debajo, el radiante y colorido atardecer y por supuesto. La estación de teleférico más alta del mundo. O “el teleférico más alto y bello del mundo”.
Todavía me pregunto cómo hicieron para hacer esa estación. Es realmente una obra digna de admirar y aquellos que participaron en su construcción deberían ser condecorados, galardonados y estudiados. Son unos duros, mi admiración y respeto para ellos. Tanto los austro-suizos como los venezolanos.
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El alba del quinto día se avecina, las cosquillas y caricias de la ansiedad pasean por nuestro estómago mientras miramos de frente al Pico Bolívar.
En silencio lo miramos y con silencio nos responde, como si nos dijera “ven a mi”. Nunca sabemos qué va a suceder en la montaña. Al igual que es un lugar místico y sagrado para mi y para muchos es un lugar hostil. Por eso entre montañistas decimos que mientras estás en la montaña tú le perteneces a ella. Solo cuando llegas a tu campamento base o desciendes es que podemos cantar cumbre, y que finalmente te pertenece. Aunque sea un acto de egoísmo.
Ese martes 16 de enero sucedieron muchas cosas, al igual que el 17 y el 18 de enero. Regresando al 16, había movimiento en la estación Pico Espejo, varios empleados se acercaron a verificar nuestros permisos de INPARQUES. De forma sumisa entregamos nuestros permisos y nos fuimos al Bolívar.
Esta entrega de permiso es algo irracional o anormal en un país donde para todo se requiere un permiso, donde a veces te piden el permiso para llevar todos los permisos. Sobre todo si el ente solicitante del permiso no es del mismo que lo emitió.
Estamos en un Parque Nacional, en un sitio sagrado. Nos mantenemos en estado zen y nos vamos en ruta al Bolívar. Son cerca de las 10 de la mañana. Iniciamos nuestro descenso corto hacia la Laguna de Timoncito. Un pequeño cuerpo de agua a 4700 m.s.n.m. ubicado en la base del Bolívar. Por lo que podemos decir que es una laguna glaciar y cuyos colores y minerales la diferencian del resto de lagunas de Venezuela.
Con respeto y alegría obtenemos agua de ella. Sin agua no hay vida. Mi sensible estómago se llena de alegría al beber de ella. Teníamos más de una hora sin tomar agua. A veces olvidamos su delicioso sabor.
Llenamos nuestros recipientes de cuánta agua pudimos y miramos la cara sur del Pico Bolívar. De nuevo me pregunto ¿qué hago acá? ¿por qué yo?
La cara sur (The South Face)
Dada su topografía, el Pico Bolívar es una montaña imponente, con un desnivel o una caída de casi 350 metros desde su cumbre en la cara sur, cualquier montañista se asombrará al verla. Ni hablar de la cara norte.
Continuamos nuestro recorrido de Timoncito hacia arriba. Subimos por “Roca Táchira”, a nuestra derecha la Garganta Bourgoin, ruta usada por Enrique Bourgoin y por Domingo Peña cuando subieron el busto del “Libertador de América”
No puedo dejar de imaginar que si para nosotros era difícil el ascenso en verano, cómo sería en invierno hace 79 años cuando había glaciar. Me siento diminuto frente a una montaña de 5000 metros.
Poco antes de llegar a la cumbre y ver el busto de Bolívar estamos en la cara sur. No hemos llegado a la precumbre ni al abismo. Seguimos en la cara sur a escasos minutos de ver el infinito. Llegamos a la precumbre, me invadió una sensación extraña. Entre el shock de estar a casi cinco mil metros y de ver la caída de casi tres mil de la cara norte. Me detengo a respirar, solo el poco oxígeno que hay me trae al presente. Gabriel, nuestro guía nos dice que falta un poco. Seguimos. El último ascenso es por unas piedras de una dimensión de casi 3 metros cúbicos cada una, Gabo me jala. Observo el busto de Bolívar.
Cumplo un sueño más. El de estar en la montaña más alta de mi país. Respirando el aire más puro que nunca y respirando libertad. Esa libertad que solamente le pertenece a la montaña y a los que la persiguen. Todos nos abrazamos, gritamos CUMBRE. Pero la verdadera cumbre solo podemos cantarla cuando estemos sanos y salvos, y para eso falta el descenso.
Son las 15:17 del 16 de enero de 2024 cuando mis ojos por primera vez ven el busto de Bolívar. Me confundo al observar que se llevaron el busto de Bolívar a una montaña. Me pregunto ¿por qué? En este caso no debería estar un busto o un monumento que recuerde a todos aquellos venezolanos que han luchado por la libertad y la justicia. Los verdaderos. No solamente uno. Ese uno, tuvo a muchos que lo ayudaron…
Estuvimos alrededor de 25 minutos en la cumbre, entre el éxtasis de adrenalina, me detengo unos minutos más a respirar. La cumbre no me deja respirar. No puedo describir la sensación. La montaña es inmensa. Mérida está allá abajo y nosotros acá. Todavía nos falta lo más importante, el descenso.
La cumbre es solamente la mitad, la mayoría de los accidentes suceden en el descenso
Iniciamos nuestro descenso, el primer rapel es una bajada, mi vida la tiene el profesor Armando en sus manos, en la cuerda. Me baja con cuidado al siguiente punto de rapel. Gabo baja a buscar la siguiente reunión para seguir la bajada por esa pared. Abajo una caída de 50-70 metros. La cara sur del Bolívar se está poniendo fría. Hay mucho viento. No conseguimos la reunión. Mis dedos se están helando. Poco a poco el frío empieza a entrar. Los guantes que traje no soportan las temperaturas que hay. Esperamos enganchados en el abismo, mientras soplo aire caliente de mis pulmones a mis guantes. Miro hacia los lados. A mi izquierda el Pico Humboldt, con su pequeño glaciar. Más a la derecha el Bonpland. En el centro, las nubes infinitas de mi Venezuela y del estado Barinas.
Estuvimos 30 minutos guindando, pero para estar guindando es mejor caer dice mi madre. No en este caso, mientras decidimos, enganchados nos devolvemos por la ruta de subida en la Weiss y por Roca Táchira.
Allá a lo lejos, 300 metros más abajo se encuentra la Laguna Timoncito. No sabemos cuándo llegaremos, pero tenemos que pasar por ahí si queremos dormir hoy en el Refugio del Pico Espejo.
Logramos bajar entre rapeles, paciencia, cuidado y un estado meditativo. Si entramos en shock no bajaremos. Paso de una respiración acelerada a la calma. A agradecer a la montaña por dejarnos entrar. El camino que sigue no es tan duro, sin embargo falta la subida de “La Cloaca". Tengo poca batería en mi linterna, por error quedó encendida en mi mochila y casi se descarga.
Jose no tiene linterna. Así que tenemos que tener extremo cuidado. La montaña nos regala vida, pero también nos da muerte. Nos da meditaciones del porqué hacemos las cosas. Me hace resiliente. Debo aguantar hasta llegar al refugio.
Nunca he estado tan presente, quizás en toda mi vida como en esas casi dos horas para llegar al refugio en Pico Espejo. Hablo poco. Solo estoy mirando al infinito. Acordándome de todos aquellos que me dieron amor, risas. Acordándome de mis primeros senderos en La Mesa de Esnujaque. Nunca sabía que iba a hacer el Bolívar. Fue un proceso lento, progresivo, con mucho respeto.
No puedo cantar victoria. Solo puedo darle un abrazo a Diego y al equipo cuando lleguemos. Mientras la montaña tiene en sus manos nuestras vidas. Las de cuatro montañistas en los Andes venezolanos. Aquí seguimos. Reflexionando sobre la libertad y del por qué necesito permiso para ir a una montaña que es de todos los venezolanos. Que es del humano. ¿Por qué tengo que pagar por entrar a un parque natural? ¿Por qué necesito permiso? Respiro. Estoy vivo.
Para mi querido Javier Rodríguez
Medito y reflexiono sobre mi amigo Javier Rodríguez, quien falleció hace unos meses debido a un paro cardíaco. Javier en los últimos cuatro años era mi estrella en el camino. Mi sol venezolano que me llena de esperanza ante todas las injusticias que han provocado que nueve millones de hermanos se vayan a nuevas fronteras.
Mi país me regala alegrías y me regala oscuridad. Me regala amor e injusticias todo en 24 horas. Así es la vida, efímera. Una paradoja. Contradictoria. Dónde hay luz puede haber sombra. Pareciera que siempre tuviésemos de frente la posibilidad de entrar en ese agujero negro.
Si no fuera por Javier quizás no hubiera hecho el Pico Mifés. Tampoco descubierto el Valle de Mifafí. Gracias Javier. No tengo como agradecerte por enseñarme a encontrar a Dios. Al creador. Allí afuera en las montañas. En la naturaleza. Allá me hablaste. Cuídate. Cuidanos desde arriba, necesitamos vigías y personas que desde allá arriba, desde las alturas, permitan que los terrenales podamos seguir intentando construir país. En medio de tanta incertidumbre, de tanta sombra. De toda esta guerra silenciosa que vivimos. De la que los medios se han cansado de hablar. De la que el propio venezolano se ha cansado. Una página llena de cicatrices que todos tratan de olvidar y ocultar.
La foto no le hace justicia a lo que vivimos, ni a los sentimientos. Seguimos caminando. No sabemos cuánto nos falta, pero debemos respirar, debemos ser pacientes. Si aceleramos ponemos en riesgo nuestra vida. Camino. La oscuridad empieza a reinar. No necesitamos linterna.
Nos ponemos el arnés y preparamos las cuerdas. Falta poco para llegar. Una última gran subida por “La Cloaca” y llegaremos al refugio. Diego debe estar preocupado por nosotros. Llegamos. No lo podemos creer. Con una sonrisa inmensa, la cara de preocupación de Diego era todo un poema. Los cuatro estamos inmensamente felices. Abrazamos a Diego, lo logramos calmar.
Ahora sí. Volvemos a gritar cumbre y abrazamos a Diego, nos abrazamos todos y agradecemos estar vivos de nuevo, agradecemos el renacer que acabamos de tener. Todo lo que sucedió. Quizás no cambiaría nada porque cada segundo de este día de montaña me enseñó cosas que no puedo describir. Que mi cerebro quizás solo entenderá en mucho tiempo.
El descenso…
Mañana quizás nos bajarán. El teleférico estará prendido para mantenimientos y para preparar la estación para su actividad comercial. Es incierto si nos bajarán o no, pero tenemos esperanza. Hemos tocado casi todas las puertas. Si existe un poco de humanidad lo harán.
Agradecimientos
Mi cerebro apenas está terminando de procesar lo que vivimos durante varios días en la montaña. Agradeciendo por todo lo que pasó. Nada fue bueno o malo. Solo pasó. Hubiese querido poder hacer el Pico Humboldt y el Bonpland. Pero ya lo haré con Jorge y con Francisco. Quienes por situaciones adversas no pudieron venir. Pero vendrán.
Mi vida estaba en manos de mis compañeros Jose y Diego, y en mano de los guías Profe Armando y de Gabo. A quienes les debo la vida y los aprendizajes de toda esta semana de andinismo. Cuyo recuerdo quedará conmigo para toda la vida.
La verdad está ahí. Los que la vivimos sabemos lo que fue esa semana para nosotros.
No nos rendiremos. Jamás. Los Andes decidieron despedirme con un último atardecer desde el “Espolón Miranda” el monumento mirandino más alto del mundo a 4800 m.s.n.m. Un tributo al venezolano universal. Aquél al que Bolívar traicionó y entregó para que hicieran preso.
En algún otro momento les hablaré de Miranda…
Mientras lo dejo que observe y juzgue desde las alturas lo que pasa en Venezuela. Allá a 4800 metros. Para nunca olvidarnos de aquellos venezolanos que se fueron. Los nueve millones de hermanos que están afuera.
Un abrazo para vosotros, nunca se olviden de quién era Miranda. De cuantos idiomas hablaba y de su lucha.
Los quiero. Gracias por dedicar varios minutos a leerme. Si desean apoyar este proyecto de montañas y los granos de arena que estamos tratando de aportar por Venezuela no duden en escribirme y les comentaré más a fondo. Miranda desde arriba les agradecerá.
Tashi delek,
Franz
Franz, siempre disfruto leerte. Aprendo sobre las montañas, sobre Venezuela y sus personajes. Felicitaciones por tu primer 5000 - que sean muchos mas!